Alambí
Sardina marinada sobre paté de berenjena – Pol Aregall
La Garriga es una localidad no muy grande pero con un encanto especial: su paisaje y gastronomía. 
En una de sus calles, en la zona de las casas modernistas, se encuentra el Alambí, una antigua casa modernista reconvertida en un restaurante que ofrece cocina tradicional con un aire innovador.
Eso es lo que uno puede pensar al probar uno de los entrantes que ofrece el Menú de temporada: la zanahoria ecológica al vino dulce de Alella. Resulta muy coherente, al igual que en el resto de entrantes, que en la propuesta haya ingredientes como calçots  con crema de foie y también eco – o la misma zanahoria, productos que en este caso son además de proximidad. Y es que en esa zona abunda la agricultura. Tampoco pueden no mencionarse los corazones de alcachofa en salsa de miel y mostaza o el bonito marinado con fresones, rúcula y salsa de yogur.

Alambí
Zanahoria ecológica al vino dulce de Alella – Pol Aregall
Así, dando a probar verduras y hortalizas próximas, el Alambí establece una relación con su entorno; una relación que, por su parte, va más allá de lo culinario y se forja en el ambiente: ese modernismo local que también vemos en el restaurante hace aún más coherente la experiencia del visitante o residente. Pero no sólo son productos verdes lo que se ofrece como entrantes; las tostaditas con sardinas marinadas sobre paté de berenjenas ahumadas desprendían un aroma sabroso y apetecible.

Alambí
Pan servido por uno de los camareros – Pol Aregall
Como plato principal del menú se puede saborear el bacallà a la llauna sobre crema de calabaza y judías o el pastel de buey rustido con pasta de hojaldre; probé ambas, y aunque el bacalao es un clásico – y si está bien hecho puede convertirse en ese plato tentador – debo decir que el pastel fue una auténtica sorpresa. No sólo agradable a la vista – pues su presentación se asemejaba a un pastelito de boulangerie aunque sin nata y de tonos marronosos – sino sobre todo al gusto. Su textura es crujiente y a la vez migosa, pues no deja de ser una amalgama de carne. Sin embargo, te das cuenta de que no se hace pesado; no es esa típica masa que luego te pasa factura.

Alambí
Pastel de buey rustido – Pol Aregall
En los postres, el camarero – muy atento – continuó con su retahíla de explicaciones cuando le preguntábamos qué era cada plato. Aunque en el primero fue fácil de adivinar: sorbete de mango y piña troceada. Un refrescante y ligero alivio después de todo el manjar que habíamos ingerido. El segundo, en cambio, no fue tan evidente; lo que a simple vista hubiera dicho que se trataba de una tarta Sacher entendí que era prácticamente un desprestigio tacharlo de tal. Se trataba de una tarta de texturas de chocolate. Buenísimo y, por extraño que pueda sonar, nada empachoso. Y sin duda, la mejor forma de terminar: con algo dulce.

Alambí
Tarta de texturas de chocolate – Pol Aregall
Antes de marcharnos recorremos el piso superior del Alambí y su terraza, ideal para celebraciones o tomar un cóctel a media noche. Vuelvo a observar los espejos rústicos de la entrada y la chimenea del comedor. Definitivamente está todo equipado para que uno no pierda detalle de nada y se de cuenta de que en en él, al igual que en esa pequeña localidad de Cataluña, parece que todo suceda a otro ritmo, más lento y con más detalles. Igual que su cocina. 

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